Slow Food es la intersección entre ética y placer, entre ecología y gastronomía. Una postura de resistencia contra la homogenización del gusto, contra el ilimitado poder de las multinacionales, la agricultura industrial y la locura de la vida rápida. Slow Food devuelve a la mesa la dignidad cultural del alimento y el ritmo lento de la convivialidad.
Slow Food acoge igualmente a famosos cocineros japoneses y a pescadores de las islas chilenas, a los sumilleres de las maisons francesas más reputadas y a las productoras de leche siberianas, en un universo de intercambio de conocimientos y experiencias, un grupo humano que ha elevado el disfrute básico del alimento a una actividad política, consciente de que en cada plato se reflejan las decisiones tomadas en el campo, en los barcos, en los viñedos, en las escuelas, en los parlamentos.