Como guiño en contraste con los parámetros de la comida rápida, Slow Food es una referencia para vivir una vida sin prisas, comenzando por la mesa.
Se eligió el caracol porque se mueve despacio y degusta con calma su paso por la vida.
Bra, cuna del fundador Carlo Petrini, está ubicada en una zona famosa por sus vinos, trufa blanca, quesos y carne de bovino. Esta ciudad simboliza la incubadora perfecta para el movimiento Slow Food y para la alimentación, un argumento tradicional de integración social en la península italiana.
Slow Food ha impulsado el movimiento Slow Cities, una agrupación espontánea de pueblos y ciudades con el compromiso de incrementar la calidad de vida de sus ciudadanos, especialmente (pero no sólo) en lo que respecta a la alimentación. Las Ciudades Lentas se mantienen fieles a unas normas que mejoran su calidad de vida: restricciones al tráfico en los centros urbanos, políticas de infraestructuras respetuosas con las características de la localidad, etc. Las Ciudades Lentas salvaguardan los alimentos tradicionales promoviendo espacios y ocasiones para el contacto directo entre consumidores y productores. Existen Ciudades Lentas desde Noruega hasta Brasil, y varias decenas de ellas sólo en Italia.
Slow Food está a favor de los principios que defiende la agricultura orgánica, como la agricultura de bajo impacto para el medio ambiente o la reducción de la cantidad de pesticidas que se utilizan en todo el mundo. No obstante, Slow Food considera que la agricultura orgánica, aplicada a escala masiva y extensiva, resulta muy similar a los sistemas convencionales de monocultivo y por lo tanto la certificación orgánica por sí sola no debe ser considerada como un símbolo seguro de que un producto ha sido cultivado de forma sostenible
Pese a que la mayoría de los Baluartes practican técnicas orgánicas, muy pocas poseen la certificación debido al elevado coste que conlleva la certificación orgánica. Para convertirse en Baluarte, los productos deben ser consecuentes con los requisitos de la sostenibilidad agrícola, y a partir de ello, Slow Food trabaja para garantizar su tradicionalidad, naturalidad, seguridad, y sobre todo su alta calidad gustativa. La Fundación por la Biodiversidad se ha marcado el objetivo en los próximos pocos años de promocionar (y financiar, donde sea posible) la certificación de los productos de aquellos Baluartes para los que esta certificación signifique ensanchar mercados o incrementar ganancias.
Aunque no se opone a la investigación en universidades y entidades públicas, Slow Food se manifiesta contrario a la plantación comercial de cultivos genéticamente manipulados. Somos capaces de transplantar un gen de una especie a otra pero aún no somos capaces de predecir o asumir los resultados, que pueden resultar una amenaza para nuestra biodiversidad natural y agrícola. Otro problema del cultivo GM es su tendencia a elegir las cosechas que se cultivan ignorando el papel de los campesinos. Cuando el polen de los campos GM se dispersan por kilómetros de caminos y polinizan cultivos convencionales u orgánicos, los campesinos están aportando sin quererlo trabajo y capital a cultivar cosechas que ellos no plantaron. Por otra parte, Slow Food defiende que todos los productos que contienen ingredientes manipulados genéticamente deben estar obligados a un etiquetado minucioso, permitiendo a los consumidores una elección consciente y responsable de lo que respaldan e ingieren.
La Asociación Internacional obtiene la mayoría de sus fondos de las cuotas de asociado. Las contribuciones del Salone del Gusto y otros eventos internacionales suponen otra fuente de recursos, así como la venta de artículos y de libros.