Estamos convencidos de que no existe cambio, en los comportamientos o en la cultura, si no se acepta el compromiso educativo como parte integrante de él. Un compromiso que ha de someterse a discusión en primer lugar a sí mismo, de revolucionar primero sus propias metodologías y después el contenido de lo que ha de enseñar. «Educar significa crear futuro» la calidad del futuro que hoy preparamos depende de la calidad y la cantidad de educación que estemos en grado de ofrecer.
¿Quién educa a quién? ¿Cuáles deben ser los contenidos de las acciones educativas? ¿Y cuáles las modalidades?
A la primera pregunta la respuesta es innegablemente fácil: «todos educan a todos». Es innegable, y forma parte de nuestra experiencia cotidiana: las cosas que sabemos, las cosas que comprendemos las aprendemos de una multiplicidad de fuentes, y las verificamos y rectificamos gracias a un número igualmente alto de referencias. Estamos, conscientemente o no, expuestos de continuo a la acción educativa de alguien o de algo.
Pero es igualmente innegable que existen elementos más potentes que otros, y existen sobre todo protagonistas de la educación que no declaran sus intenciones. Aún hoy el sistema-mercado es un potente responsable de educación, pero los contenidos de esa educación, los mensajes que difunde, no están en sintonía con nuestra idea de un mundo en el que los derechos de los que hablamos, en particular el derecho a un alimento bueno, limpio y justo para todos, estén garantizados. Otro protagonista importante, es obvio, es la escuela, pero hay que admitir que el mismo sistema de enseñanza está necesitado de un proceso de revolución antes de poder devenir funcional al cambio que invocamos y que camina en la dirección de la justicia y del bienestar universal. Y después estamos nosotros, y asociaciones como la nuestra: nuestros potenciales educativos son altísimos, y se distinguen desde siempre por su concreción, por el hecho de que se enseña actuando, se aprende degustando, oliendo, observando, cultivando. La experiencia de los Laboratorios del Gusto antes, y de los huertos escolares después, unida a la cantidad de citas didácticas que hemos creado a lo largo de los años y a la incesante actividad editorial de nuestra asociación, nos ha permitido convertirnos en un punto de referencia para la didáctica conectada a los temas del gusto, del ambiente, de lo agroalimentario. Todas estas experiencias y estas capacidades dieron vida en 2004 a una Universidad de Ciencias Gastronómicas.
Hemos de garantizar a los jóvenes los instrumentos necesarios para practicar lo que sostenemos y aquello por lo que trabajamos. Las futuras generaciones son nuestra mas grande inversión, y deben poder ubicar el alimento en el centro de sus vidas, deben poder regresar a la tierra con plena conciencia de cuan importante es cultivar o ser coproductores. Todo ello no puede prescindir de una visión educativa interdisciplinar y compleja, de un enfoque holístico. Nuestra Universidad forma cada año a decenas de nuevos gastrónomos que tienen bien claro que sobre el planeta todo se alimenta, y que no se puede comprender nada de lo que haya que hacer con un sistema viviente –porque esto es el alimento- si no se lo estudia con un enfoque interdisciplinar, complejo, abierto.
He aquí por tanto cuál debe ser el contenido principal de nuestras acciones educativas: la complejidad, las conexiones. Hace falta estudiar los elementos individuales, cierto, pero es necesario hacerlo con igual atención con las dinámicas de reciprocidad que los vinculan. No sirven expertos catadores de miel que no conozcan el papel de las abejas para las producciones agrícolas y qué daño está causando a estos insectos la agricultura basada en la química. Sin educación no existe conciencia del valor del alimento: y eneñar. Si, como decimos, «educar significa crear futuro», la ausencia de esta competencia –reconocer la calidad y el valor- el único criterio de elección será el precio. Y ahí es donde vence la agricultura industrial orientada hacia el mercado, que puede bajar los precios porque tiene la potencia y la arrogancia para hacerlo.
En el modo en que impartimos educación reside también un fragmento de ese cambio que necesitamos. Todos los actores sociales del cambio, o sea, todos aquellos que lo desean ver realizado, poseen igual dignidad y son fuente de saber. Los investigadores, los niños, las plantas, los animales, los ancianos, los jóvenes, los productores: cada uno de ellos es una pieza de ese conocimiento que nos sirve, cada uno de ellos debe hallar lugar y modo de comunicar aquello que sabe y de aprender de los demás.
Los objetivos que Slow Food se impone para los próximos años tienen una particularidad educativa de la que no es posible prescindir, y hemos de hacernos también portadores de estos estímulos para las políticas de nuestros países y para las políticas supranacionales, a fin de que la acción educativa intrínsecamente ligada a una producción sostenible de alimentos, sea acogida y valorizada como elemento ulterior de cualidad y de protección del patrimonio cultural de una comunidad.
Nosotros, gente de Slow Food, nos dedicamos a la educación, a diferentes niveles, en diferentes contextos, dirigiéndonos a todos (de los niños a los abuelos, de los agricultores a los ingenieros) y en todos los rincones del mundo, y nos proponemos un compromiso aún mayor en este ámbito, según un modelo que valoriza y sostiene las dinámicas de la reciprocidad, de la convivialidad, de la pequeña escala y de la defensa de los bienes comunes. Hemos de ser cada vez más permeables, acoger y enlazar en red a quien educa con nuestro mismo espíritu, para multiplicar las posibilidades de alcanzar el objetivo común de un futuro en que el alimento reconquiste finalmente la centralidad que merece.
Con estos planteamientos, el 16 de abril de 2019, volvimos un año más al colegio Inmaculada Ikastetxea donde cuatro clase de niñas y niños fueron pasando a lo largo de la mañana para preparar una exquisita ensalada de pasta ecológica con ingredientes de su propio huerto escolar. Mientras limpiaban y cortaban las verduras hablamos de alimentación sostenible, productos locales y la importancia e impacto que tiene en el Medio Ambiente y en la salubridad del planeta los productos que elegimos para llevar a nuestra mesa.
Excelente jornada en la que no solo disfrutaron el alumnado y profesorado sino también los voluntarios de Slow Food que participamos en la actividad y que terminó con la degustación del plato preparado.