Lugar: Plaza de las Brullerías
Día: Sábado 5 de marzo de 2016
Hora: 10:30
Producto Presentado: Aceite y vino ecológico de Lanciego de Eduardo Azpillaga
El alimento es aquello que debería recordarnos a diario que somos parte de la naturaleza, que pertenecemos a ella, que nos hallamos en su seno en el mayor sistema viviente. El alimento procede de la Naturaleza a través de la Tierra, a través de nosotros se convierte en cultura y después regresa a la Naturaleza, siempre a través de la Tierra. Exactamente como hacemos nosotros mismos, que al final de nuestra vida regresamos a formar parte de la Tierra.
Nuestro metabolismo es el de todos los sistemas vivientes: animales, plantas, microorganismos, la Tierra misma. Antiguos poetas definieron el metabolismo como la “respiración de la vida”. Yo como algo que proviene de la Tierra, lo digiero, absorbo su energía y después lo devuelvo a la Tierra. Así funciona también el planeta en que vivimos, y su metabolismo es lo que nos garantiza la vida.
El suelo es igualmente un sistema compuesto por seres vivos, la fertilidad del suelo depende de la vida de tales organismos y es indispensable para garantizar sea la vida individual de cada uno de nosotros, sea la vida del planeta: en ambos aspectos la producción de alimentos es un elemento importantísimo. El suelo come aquello que le restituimos, digiere y restituye a su vez en un ciclo continuo compuesto de conexiones que la ciencia aún no ha conseguido explicar por completo. Amenazando y comprometiendo la fertilidad de los suelos, y por tanto su ser como sistemas vivientes, comprometemos la «respiración de la vida» sobre la Tierra, nuestra vida y la del planeta que habitamos. Al seleccionar lo que comemos tenemos también la oportunidad de defender la fertilidad, hoy cada vez más amenazada. Está comprometida en todo el mundo por las prácticas intensivas –cultivos y ganaderías- de la agricultura industrial, por el abuso de sustancias químicas introducidas en los terrenos y por refluentes y alpechines que el suelo no consigue metabolizar, escorias industriales, desperdicios…
Con frecuencia se producen, además, otras prácticas que asesinan literalmente a los suelos: sucede aún con grandes plantas de energías alternativas, como la fotovoltaica levantada sobre terrenos fértiles, pero pueden contribuir asimismo obras como diques, puentes, carreteras. Los beneficios que aportan consigo tales obras no son, a veces, suficientes para pagar la pérdida, definitiva, de terrenos fértiles. Pero en muchas zonas del planeta, sobre todo en aquellas consideradas más “desarrolladas”, la fertilidad de los suelos tiene otros grandes enemigos: la proliferación del cemento y la urbanización salvaje. No contamos con datos suficientes para manifestar el alcance del problema a nivel global –y muchas comunidades rurales probablemente no estarán aún afectadas o lo estarán sólo parcialmente-, pero en muchas zonas del mundo la edificación de casas, edificios, centros comerciales, plantas industriales, acaba día a día con inmensas cantidades de tierra útil para producir alimentos o, de cualquier forma, para garantizar la «respiración de la vida» aún cuando se dejara sin cultivar y se permitiera la absorción de la lluvia. Estos suelos “consumidos” se pierden para siempre.
Resulta difícil oponerse a estas construcciones y grandes obras a nivel individual, como simples habitantes del planeta, pero a través del movimiento Slow Food y de la red de Terra Madre lo podemos realizar más fácilmente, en especial si unimos nuestras fuerzas a las de otras organizaciones para hacer oír con mayor claridad la voz de quien defiende la fertilidad de los suelos como un bien común. Y además es fácil seleccionar y cultivar unos alimentos que respeten y mantengan la fertilidad de los suelos. Estas son las armas con las que contamos como productores y coproductores del alimento para transformar el sencillo acto de comer también en un mensaje a quien no ha comprendido que la fertilidad de los suelos es sagrada, y que cuando se inmola un terreno es muy improbable que pueda volver a la vida. Con un alimento bueno, limpio y justo emplazado en el centro de nuestras existencias, contribuimos a garantizar la «respiración de la vida» durante siglos.
Uno de los productores que vive toda esta filosofía con intensidad y que tiene muy claro que solo tenemos esta salida es Eduardo Urarte productor de aceite y vino en Rioja Alavesa y uno de los estandartes del bueno, limpio y Justo, de la agricultura regenerativa y de volver a los procesos productivos que pueden salvaguardar el planeta y que todos debemos agradecerle. Por este motivo ha estado en el punto del Mercado de la Almendra de Slow Food dedicado a nuestros productoras/es responsables.
Acompañamos el encuentro con la preparación de una crema de habas ecológicas con un sirope de Rioja Alavesa y aceite virgen Arróniz. Gracias a Eduardo y las voluntarias que le arroparon en la presentación.