Incidiendo en el empeño de acercar los co-productores a la Tierra en una interrelación con los productores que nos lleve a todos a fomar parte de una misma comunidad del alimento que, no sólo asegure la viabilidad de nuestr@s gestoras/es del territorio, sino nuestra salud y bienestar social, una vez más Slow Food Araba se adentra en el Valle de Aramaio, escondido entre montes, situado entre Álava, Gipuzkoa y Bizkaia, un lugar paradisíaco y desconocido para los propios alaveses. Sus ermitas, cuevas, parques, caseríos, montes y riachuelos, nos ofrecen un espectáculo impresionante.
Para la humanidad –puede parecer retórico, pero es de todo el género humano del que estamos hablando- deviene imprescindible regresar a la tierra. Tenemos todas las posibilidades para hacerlo y existen tantas formas para poder hacerlo todos, sin excluir a nadie.
En primera instancia, regreso a la tierra puede significar en concreto volver a cultivar, a practicar la agricultura. Los campos de todo el mundo se han despoblado o se despueblan. Cada vez es más frecuente que los jóvenes no sientan la necesidad de continuar la labor de sus padres y, donde las familias no cultivan ya la tierra desde hace generaciones, el oficio de agricultor es muy raramente contemplado como opción de vida en el futuro de un muchacho o de una muchacha.
En los países industrializados, que han vivido este proceso en primer lugar, los campos se han vaciado de personas y se han llenado de máquinas. Otro tanto, de forma más o menos veloz, está sucediendo en los países en vías de industrialización. Según los datos de las Naciones Unidas, más de la mitad de la población mundial vive en áreas urbanas desde 2009. Hace tres años se produjo el histórico adelantamiento (3,42 millones de personas contra 3,41 en áreas rurales), y las previsiones, basadas en cálculos estadísticos, confirman esta tendencia. ¿Quién cultivará nuestros alimentos?. Necesitamos personas en los campos, y por tanto es necesario favorecer un regreso de los jóvenes a la agricultura. Se necesita disponibilidad de la tierra, instrumentos, infraestructuras, simplificaciones burocráticas, financiaciones, una justa educación y la garantía de transmisión de los saberes tradicionales. Pero en primer lugar, es necesario restituir el orgullo y la dignidad a la labor agrícola, una de las más útiles, delicadas, importantes y –no está de más añadirlo- de las más bellas que existen. Producir alimentos para uno mismo y para el prójimo es el modo más puro y completo de reponer el alimento en el centro de la propia vida, insertándose armónicamente en los sistemas naturales, interaccionando con ellos con respeto por preservarlos y hacerlos evolucionar, obteniendo el necesario sustento y una gratificación que pocos trabajos en el mundo pueden igualar.
Con esta filosofía y punto de partida un grupo de hombres y mujeres defienden, en este valle de Aramaio, un modelo ancestral como es la agricultura del caserío.
Doscientos caseríos en activo, un creciente asociacionismo entre los productores locales y una masa forestal que ronda las mil hectáreas convierten a Aramaio en campo abonado para la próxima ‘revolución verde’.
A la entrada de la localidad nos recibe Pedro Lizarralde y nos lleva al Caserío donde su hijo Kepa cultiva sus huertos y frutales con el mayor respeto al medio ambiente y escuchando siempre lo que la naturaleza tiene que decir en cada momento. Mantener el equilibrio es el secreto nos dice Pedro para no tener que utilizar productos artificiales. En cuanto técnicas están utilizando la propugnada por Gaspar Caballero pero adaptada a los su terrenos y peculiaridades. Huertos horizontales, rotaciones, no labran la tierra, no voltean la tierra, utilizan estiércol natural. Aprovechan los antiguos manantiales y el agua pluvial de los tejados para el riego de sus tierras. En cuanto a los frutales que comparten espacio con las hortalizas, tienen nogales, castaños, nogales, perales, manzanos, ciruelos, etc., de variedades autóctonas, algunas existentes y otras recuperadas gracias a la labor de la red de semillas con quienes trabajan codo con codo. También cometieron, según nos cuentan, errores en el pasado como fiarse de los viveros y plantar especies foráneas que no han funcionado y que hoy están cortando. Han sustituido las segadoras por la incansable labor de los animales como cabras, cerdos, gallinas, burros, etc. Que además de quitar muchísimo trabajo, en el caso de los cerdos, erradican todas las enfermedades de los manzanos ya que comen todas las manzanas enfermas que caen de los mismos.
Junto con la red de semillas han sacado a la luz 54 variedades de manzanas no catalogadas en la zona o que creían que habían desaparecido, 4 de ellas de las que no han encontrado referencias en ningún sitio.
Kepa nos cuenta, con esa ilusión de nuestros jóvenes, como administra sus huertos, hace el compost, deja descansar a los huertos y procura mantener la biodiversidad natural de los mismos; está recuperando antiguas variedades de fresas que sólo aparecen esporádicamente en nuestros montes. Borrajas, puerros, cebollas, lechugas, calabazas, calabacines, coliflores, ribardo, barbanas, tomates, patatas son los productos básicos que cultivan. Están perfectamente organizados entre los distintos caseríos para detectar rápidamente los ataques de insectos, avisarse e incluso distribuyen el producto que han de utilizar “…………si se lo das todo hecho se hacen productores ecológicos sin saberlo…..” comentaba Pedro.
Kepa nos enseña los árboles que han cortado y que recientemente han injertado con variedades autóctonas, como la urtebete, cuyos frutos aguantan hasta julio sin cámaras refrigeradoras.
Después de este canto a la conservación de la biodiversidad y después de agradecer a Pedro y Kepa el esfuerzo y trabajo que están realizando nos dirigimos hacia Untzila donde nos esperaba Juan Antonio Aretxaga, Presidente de los Sidreros Alaveses, para mostrarnos también el trabajo y la filosofía del Caserío que intentan que perdure.
En un entorno privilegiado se esmeran en mantener la idea de esa diversificación, donde la huerta, la explotación forestal, la ganadería totalmente extensiva, la fruticultura, la elaboración de zumos, sidra, quesos, mermeladas, etc. se complementan en esta peculiar economía familiar.
Este polifacético hombre emana ilusión cuando habla de su trabajo y de este estilo de vida que no se circunscribe solamente al sector primario, propiamente dicho, sino que abarca habilidades como las de albañil, herrero, carpintero o carnicero.
Lo mismo construye su propio caserío, que elabora los chorizos de la matanza, que se fabrica un prensador de quesos o la cuba para calentar la leche antes de elaborar los quesos. Al igual que Kepa Lizarralde utiliza animales (cerdos, caballos, etc.) para limpiar los prados a modo de desbrozadora o de segadora. Defiende la necesidad de plantar variedades autóctonas y no homogeneizar las producciones tanto de sidra como de quesos, volviendo al espíritu de que cada elaboración de cada caserío debe tener su propia personalidad e impronta. Aprendimos sobre patrones francos que salen de la semilla pero que puede que no tengan nada que ver con la manzana de la semilla que hemos sembrado, por lo que se hace necesario el ingerto. Nos fueron contando todas su experiencias sobre plantaciones y todas sus investigaciones para buscar variedades que no tengan que ser tratadas contra enfermedades y ataques de insectos. De nuevo volvieron a aparecer las virtudes de los cerdos en la protección, sobre todo, de los manzanos. Cerdos que trae de la localidad de Arbulo y que en invierno harán las delicias de los amantes de la tradicional matanza. Juan Antonio nos mostró su antiguo caserío donde maneja su pequeño rebaño de ovejas y donde elabora el queso; también donde engrasa a sus potros 20 días antes del sacrificio.
Volviendo a las costumbres del caserío sostenible nos cuenta su predisposición a volver al trueque tradicional y actualmente cambia quesos o sidra por miel o por aceite de otros productores de territorios colindantes.
Para finalizar quedamos verdaderamente asombrados por sus habilidades para transformar el bosque en calefacción, tejados para sus cabañas, caserío, muebles y todo lo que el dice que era habitual en los caseríos de nuestros abuelos.
En esta visita hemos conocido personas que sin ser conocidas a nivel general están manteniendo nuestro ADN tradicional sin darse la menor importancia y que debemos conservar y apoyar porque es nuestro último eslabón entre la sabiduría de nuestros ancestros y las generaciones venideras, algo que no podemos permitir que se pierda.
El encuentro acabó con una pequeña degustación de productos de la tierra fruto del trabajo de hombres como Juan Antonio, Pedro y Kepa.