Este sociólogo y crítico gastronómico italiano fue uno de los primeros en concienciar a la humanidad de que debíamos ralentizar nuestro ritmo, tanto en la vida como en la comida. Fundador del «Slow Food», a él se le debe la aparición del movimiento Slow.
La revista estadounidense «Time» lo reconoció en 2004 como uno de los héroes europeos del año. No en vano, este fundador del movimiento Slow quiso, primero a través de la comida, cambiar los malos hábitos que habíamos ido adquiriendo tras 150 años de culto a la velocidad. le sigue doliendo ver como la tierra madre padece estrés porque hemos exagerado con el uso de pesticidas y abonos químicos, o como nuestros gustos son manipulados en el interior de laboratorios y los niños son condicionados, por eso Carlo Petrini no cuenta con deponer las armas.
A sus 58 años, mantiene intacta la energía que le llevó en 1989 a fundar el «Slow Food». Lo que empezó siendo una batalla contra los «fast food» que iban ganando terreno por todo el mundo, homogeneizando el gusto, se ha convertido en una filosofía de vida en la que prima más la calidad que la cantidad. A él se le debe también el nacimiento de las ciudades slow, donde se apuesta por ritmos de vida más lentos y relajados. Su éxito ha sido tal que en estos últimso años han ido surgiendo otras iniciativas que se han sumado a este movimiento, que ya cuenta con 150.000 adeptos en todo el mundo.
– «Slow Food»: muchas personas creen que se trata tan sólo de masticar más despacio…
Y sin embargo, el tema es mucho más complejo y llega mucho más allá que masticar lentamente, ya que lo que de verdad nos ocupa es el valor de los alimentos. La palabra «slow» unida a la palabra «food» hace referencia a una apropiación de los ritmos de vida de cada uno, a una ralentización que nos ayude a recuperar nuestros sentidos y la realidad que nos rodea. Existen «fast good» que son de óptima calidad, alimentos que se venden tradicionalmente en la calle y que pueden consumirse a toda velocidad, al tiempo que se realiza un acto «slow».
– A usted le han definido como un epicúreo. ¿De dónde le viene ese respeto por la comida?
Provengo del Piamonte, una región de Italia que tiene sus propias tradiciones gatronómicas y sus propias costumbres a la hora de recibir. Un factor identificativo muy fuerte, una impronta que se adquiere ya desde la infancia, y que cuando yo era niño estaba todavía mucho más presente. Este respeto nació de forma natural y se ha desarrollado hasta convertirse en una auténtica pasión.
– ¿Cuándo tomó conciencia de que con nuestras prisas peligraban los productos tradicionales?
Muy pronto, porque al ser un estudioso de la gastronomía formaba parte de mi trabajo buscarlos, estudiarlos y probarlos. Pero cuando realmente me di cuenta de que cada vez resultaba más difícil localizarlos, me dije a mí mismo que había llegado el momento de hacer algo para salvarlos, para devolverles la dignidad y la actualidad que les corresponde.
– ¿Por qué le indignó tanto la famosa apertura de McDonald’s en Roma? No era la primera vez que se abría un local de comida rápida en la capital italiana…
Porque, de alguna manera, resultaba extremadamente simbólico. Pero, sobre todo, porque había sido elegido para inaugurar un lugar tan emblemático como es la Plaza de España, desfigurando con sus logos un lugar histórico de gran importancia y belleza. Si hubiese optado por abrir en un barrio menos cargado de simbolismo histórico, a las afueras o lejos del centro, probablemente no se hubiera montado toda esa polémica.
– ¿Imaginó alguna vez que su protesta iba a tener las consecuencias que tuvo, y que tendría ese eco internacional tan masivo que ha llegado a tener?
Personalmente creo más en las buenas ideas: esas que logran abrirse camino allí donde van dejando espacio los brillos y oropeles.
– Han pasado 20 años desde entonces. ¿cuál es el balance? ¿El movimiento Slow ha cumplido los objetivos que se había propuesto?
Cada día nos proponemos objetivos más ambiciosos, soñar o pensar a lo grande no es algo que nos asuste. Así pues, resulta difícil afirmar que los hemos alcanzado por completo, pero también es cierto que a lo largo de estos 20 años hemos tenido muchas satisfacciones, y creo que hemos contribuido en buena medida a despertar la atención de la gente con respecto a los temas gastronómicos y medioambientales, así como a prestar mayor atención a los ritmos vitales propios de cada individuo.
– Los estadounidenses dedican menos tiempo que nadie, alrededor de una hora al día, a comer. ¿Vamos los mediterráneos por el camino de terminar como ellos?
En el Mediterráneo, la comida continúa teniendo un papel mayor que en el resto de Europa. Sin embargo, las señales de un declive en la importancia de la comida como elemento cultural están también presentes en nuestra cultura, sobre todo entre las nuevas generaciones. Es precisamente en este aspecto en el que hay que intervenir más si queremos que se produzca un giro, en el terreno cultural, en nuestras vcidas cotidianas y en lo que realmente somos. Cuando de verdad se quiere hacer algo, siempre se encuentra el tiempo necesario para lograrlo.
– ¿Por qué se considera el «Slow Food» un movimiento filosófico cultural?
Porque la comida es cultura, es política, es filosofía. Es el elemento más importante para nuestra supervivencia en este planeta. Nuestro objetivo debería ser comer menos y mejor. Se podrían resolver un montón de problemas que afectan actualmente al hombre moderno. Hoy se gasta en torno a un 13% en comida. Es poco. Gastar un poco más significa privilegiar al calidad, mejorar nuestra calidad de vida. No pretendemos declararle la guerra a nadie, lo que de verdad pretendemos es proporcionar alternativas que funcionen.
Entrevista publicada en Revista Àbaco. Texto: Almudena Altozano