En el mes de agosto de 2009 el rey saudita Abdullah festejaba la primera cosecha de arroz realizada en Etiopía. Y detrás del arroz vendrán la cebada y el trigo. Crecida en medio del desierto al igual que los Estados del Golfo, la Arabia Saudita ha optado por resolver el problema de la alimentación acaparando tierras cultivables en la orilla opuesta del Mar Rojo, en el Cuerno de África: en países como Etiopía, con 10 millones de seres hambrientos, o como el Sudán, que no consigue salir de la inmensa tragedia de Darfur.
Se trata de un fenómeno reciente y aún poco conocido: el hurto de tierras y alimentos al continente más hambriento y pobre del mundo. Millones de hectáreas en Etiopía, Ghana, Malí, Sudán y Madagascar han sido entregadas en concesión durante veinte, treinta, noventa años a la China, a India, a Corea, a cambio de vagas promesas de inversiones. Seúl posee ya 2,3 millones de hectáreas; Beijing ha comprado 2,1; Arabia Saudita 1,6 y los Emiratos Árabes 1,3.
Los protagonistas del asunto son los gobiernos: por una parte, países con recursos económicos y necesidad de tierra; y por otra gobiernos pobrísimos –y con frecuencia corruptos- que, a cambio de algunas cantidades de dinero, tecnología e infraestructuras, disponen a voluntad del bien más precioso de un continente aún prevalentemente agrícola: la tierra.
Casi ningún campesino africano, además, puede probar ser el propietario de un terreno. El derecho formal de propiedad (o de arriendo) interesa a de un 2 a un 10% de la tierras; pero en la mayor parte de los casos se confía a normas tradicionales, reconocidas localmente pero no por acuerdos internacionales. De esta forma, tierras habitadas, cultivadas y usadas como pastos desde hace generaciones, se consideran como inutilizadas. Junto a los gobiernos, por otra parte, se hallan los inversores privados: después de la crisis financiera, muchos de ellos han comenzado a poner sus ojos en bienes de inversión más tangibles: y el sector en lo más alto de su lista es el de la tierra (alimentos y biocarburantes).
¿Y qué sucede cuando llegan los inversores extranjeros? Se pasa de la agricultura tradicional –basada en la biodiversidad, en las variedades locales, en las comunidades- a la agroindustria: es decir, monocultivos destinados a la exportación (arroz, soja, aceite de palma para biocarburantes…) y el recurso masivo a la química (fertilizantes y pesticidas). Cuando los terrenos estén completamente esquilmados, entonces los inversores extranjeros se marcharán hacia otros lugares.
Carlo Petrini
Presidente de Slow Food Internacional
La Fundación Slow Food para la Biodiversidad ha entrado a formar parte de una coalición de organizaciones que protestan contra el hurto de tierras en el hemisferio sur y denuncian el aval de la Banca Mundial a este fenómeno reciente.