En el centro del debate encontrábamos las comunidades Slow Food, establecidas como el instrumento más eficaz para contribuir a cambiar de raíz el sistema alimentario, partiendo del propio alimento del día a día.
Así, la comunidad se ha convertido en la primera forma de integración para Slow Food que está en el corazón de la estructura organizativa global, tal y como se decidió durante el último Congreso internacional celebrado en Chengdu (China) en otoño de 2017.
Las comunidades de Slow Food se formaron para alcanzar un objetivo específico (por ejemplo, la creación de un huerto) ligado a las finalidades generales de Slow Food e interviniendo en un territorio determinado dialogando con el resto de la red en ese territorio. Al mismo tiempo, se comprometieron a hacer la red internacional más fuerte. Este modelo organizativo nuevo es abierto, inclusivo y está arraigado a nivel local; aunque comparte objetivos a nivel internacional como la lucha contra el derroche alimentario, dejar atrás las desigualdades, la protección de la biodiversidad y la batalla contra el cambio climático, por nombrar algunos.
El término «comunidad» no es nuevo en la historia de Slow Food: entró a formar parte del lenguaje común del movimiento en el 2004, con el primer evento de Terra Madre. La Comunidad Slow Food está compuesta por un grupo de personas que comparten los valores del movimiento internacional, a partir de su idea principal: es decir, el alimento bueno, limpio y justo es un derecho para todos y mientras haya una sola persona en el planeta que no pueda disfrutar de este derecho, Slow Food no dejará de luchar para poder garantizarlo. Slow Food nació con una declaración fundamental, en la cual los socios declararon su adhesión a los ideales de Slow Food; el compromiso y el objetivo que la Comunidad se fija con el fin de promover la visión compartida en el propio territorio y el contexto local; la contribución que la Comunidad daría como apoyo a la estructura internacional y a los proyectos estratégicos de la red (Baluartes, Arca del gusto, Huertos, campañas).
Para nosotros, en el corazón de la idea de comunidad está el bien común, ligado al alimento, al entorno, a la sociedad y a la espiritualidad. Tenemos mucho trabajo por hacer para crear numerosas Comunidades Slow Food en el mundo, pero partimos de las redes que ya están activas en el seno del movimiento y de los proyectos que ya se están llevando a cabo: el Arca del Gusto y los Baluartes, la Alianza de Cocineros, los Mercados de la Tierra, los huertos. Con ellos intentaremos afrontar los desafíos que nos esperan: la emergencia climática y la destrucción de los ecosistemas» afirmaba Carlo Petrini, presidente de Slow Food.
Todo lo que Petrini deseaba se está llevando a cabo: desde Rusia a Sudáfrica, desde Ecuador a Canadá, son ya 80 las Comunidades Slow Food que han nacido en esta primera parte del 2019.
Estos son algunos ejemplos: la Comunidad del huerto compartido vesubiano: biodiversidad y tradición, trabaja en Cercola (cerca de Nápoles) para favorecer la sociabilidad y la inclusión de los niños, personas con problemas y grupos débiles de la población, junto con otras actividades de agricultura y siembra. Mirafood, para la valoración del barrio de Mirafiori, es el nombre de esta comunidad urbana nacida en uno de los barrios periféricos de Turín, lleno de espacios verdes y huertos. En el corazón de su actividad se encuentra la lucha contra el derroche alimentario, el homenaje a las tradiciones culinarias, la horticultura urbana y la implicación de las comunidades extranjeras.
Nos vamos a Colombia para conocer la Comunidad de Bocachica, que implica a un centenar de pescadores, cocineros, productores locales y consumidores. Juntos organizan encuentros, laboratorios de cocina y reuniones para dar a conocer la riqueza de los mares y, sobre todo, la necesidad de proteger los ecosistemas del Caribe.
En Filipinas encontramos 138 miembros de la Comunidad de Pasil/Kalinga, la primera comunidad indígena del país, cuyo compromiso es defender y conservar las simientes tradicionales y fomentar algunas variedades de arroz cultivadas a alturas elevadas.
Valorar la riqueza gastronómica de la zona, proteger la biodiversidad y promover un turismo sostenible: estos valores son la base de la creación de la Comunidad de Viscri¸ en Rumanía. Los representantes de la comunidad trabajan en la actividad del mapeo, el apoyo y el fomento de proyectos para darle una nueva vida al territorio.
En Sudáfrica, en el corazón del proyecto 10.000 Huertos en Áfirca, la Comunidad de Vhembe involucra a un centenar de personas en el cuidado y el cultivo de los huertos locales. Entre los principales objetivos de la Comunidad también está la creación de bancos para la recolección y la protección de las simientes locales.
En Euskadi la Comunidad Bilbao Ostalaritza Slow Food Eskola, cuyo objetivo es Trasladar a las futuras generaciones de hosteleros que se forman en la escuela los valores de la asociación Slow Food Internacional.
El viaje que comenzó en Chengdu en otoño de 2017 es sólo la última etapa de un camino mucho más largo, que comenzó a mitad de los años 90 en Italia y que se difundió posteriormente a 160 países del mundo. Hoy hemos hecho un alto en Chiusi, pero ya tenemos la vista puesta en octubre de 2020 cuando se celebrará en Turín una nueva edición de Terra Madre, que acogerá el nuevo Congreso internacional de Slow Food. Será un Congreso más abierto que nunca, para escribir juntos el futuro de Slow Food y entregar el mando a una nueva generación de líderes, que tendrán la gran responsabilidad de guiar todo el movimiento durante los próximos 10 años, cuando se decidirá gran parte del futuro de la humanidad.
El Consejo Internacional de Slow Food ha sido posible gracias al apoyo del Ayuntamiento de la Ciudad de Chiusi, el Centro Comercial Naturale Chiusi Città y a la colaboración con la Condotta Slow Food Montepulciano Chiusi, los productores y las instituciones culturales del territorio.
Los trabajos del Consejo Internacional de Slow Food ya cerrados os ofrecerán en breve las conclusiones a las que hemos llegado.