Un año más esta localidad alavesa de Araia, liderada por el Ayuntamiento de Aspárrena ha mostrado su interés y su preocupación por valorizar y dar a conocer los productos locales de calidad; en esta ocasión centramos la jornada en el pollo de caserío de Arangutxi; acompañando a este producto alavés presentamos el esfuerzo, el trabajo y la ilusión que nuestras ganaderas y ganaderos, asociaciones y algunas instituciones vienen poniendo para garantizar la supervivencia de estas economías rurales en peligro de extinción.
En la granja Arangutxi de Mezkia han seleccionado la raza landes por considerarla un producto de alta calidad, animales que son criados al aire libre, rodeados de vegetación. Esta raza presenta un crecimiento lento y armónico, fundamental para conseguir una carne deliciosa. Usan un método de crianza, a juicio de sus productores, muy original que consiste en cabañas móviles para las aves y que desplazan a diario; estas cabañas llamadas galpones están perfectamente integradas en el paisaje.
Para su alimentación utilizan productos locales como el trigo, la cebada y maíz. El último mes de crecimiento también los acompañan con frutas. Durante todo el crecimiento reciben restos de huerta, hierba del prado y por supuesto los insectos que ellos mismos cazan. El resultado final, un producto excepcional, capaz de trasladar directamente los aromas del campo. Los sacrifican con más de tres meses de edad, logrando unos ejemplares con carne de alto valor nutritivo y una digestibilidad elevada de bajo contenido en grasa, aportando proteínas que se asimilan con mucha facilidad, además de multitud de vitaminas y minerales, con un sabor que como dicen sus productores recuerdan a los pollos de antes.
Jose Gálvez al frente de esta granja, que también produce conejos, es un convencido de la agricultura regenerativa.
Para la humanidad –puede parecer retórico, pero es de todo el género humano del que estamos hablando- deviene imprescindible regresar a la tierra.
Tenemos todas las posibilidades para hacerlo y existen tantas formas para poder hacerlo todos, sin excluir a nadie.
En primera instancia, regreso a la tierra puede significar en concreto volver a cultivar, a practicar la agricultura. Los campos de todo el mundo se han despoblado o se despueblan. Cada vez es más frecuente que los jóvenes no sientan la necesidad de continuar la labor de sus padres y, donde las familias no cultivan ya la tierra desde hace generaciones, el oficio de agricultor es muy raramente contemplado como opción de vida en el futuro de un muchacho o de una muchacha. En los países industrializados, que han vivido este proceso en primer lugar, los campos se han vaciado de personas y se han llenado de máquinas. Otro tanto, de forma más o menos veloz, está sucediendo en los países en vías de industrialización. Según los datos de las Naciones Unidas, más de la mitad de la población mundial vive en áreas urbanas desde 2009. Hace tres años se produjo el histórico adelantamiento (3,42 millones de personas contra 3,41 en áreas rurales), y las previsiones, basadas en cálculos estadísticos, confirman esta tendencia. ¿Quién cultivará nuestros alimentos?
Necesitamos personas en los campos, y por tanto es necesario favorecer un regreso de los jóvenes a la agricultura. Se necesita disponibilidad de la tierra, instrumentos, infraestructuras, simplificaciones burocráticas, financiaciones, una justa educación y la garantía de transmisión de los saberes tradicionales. Pero en primer lugar, es necesario restituir el orgullo y la dignidad a la labor agrícola, una de las más útiles, delicadas, importantes y –no está de más añadirlo- de las más bellas que existen. Producir alimentos para uno mismo y para el prójimo es el modo más puro y completo de reponer el alimento en el centro de la propia vida, insertándose armónicamente en los sistemas naturales, interaccionando con ellos con respeto por preservarlos y hacerlos evolucionar, obteniendo el necesario sustento y una gratificación que pocos trabajos en el mundo pueden igualar.
Cultivar la ciudad no es difícil, y los huertos son los instrumentos más inmediatos: huertos urbanos comunitarios o personales, existen tantos ejemplos en el seno de Slow Food y en la red de Terra Madre. Después, el verde urbano puede devenir productivo y no sólo decorativo. Finalmente, la agricultura periurbana es indispensable para construir sistemas locales de distribución de alimentos también en la ciudad, como los mercados campesinos o los grupos de compra solidaria. Las periferias y los campos cercanos a la ciudad pueden volver a estar al servicio de la ciudad y de una alimentación local y de temporada también en los centros urbanos. Asimismo, la transformación de los alimentos necesita un regreso a la tierra, entendido como retorno a los saberes antiguos y tradicionales, a los conocimientos y a los oficios que desaparecen junto a la biodiversidad y la labor campesina a ellos vinculada. Recuperar los oficios, reaprenderlos o apoyarlos, revitalizar el sentido más profundo de lo artesano, son otros posibles modos de regreso a la tierra, sea en las comunidades rurales, sea en las metrópolis. Pero lo más fácil para ese regreso a la tierra lo podemos realizar todos allá donde vivamos. Es la selección de nuestros alimentos, el devenir consciente de que «comer es un acto agrícola». Sólo de esta forma podemos pasar de consumidores pasivos a coproductores activos, que comparten el conocimiento de los alimentos con quienes lo producen, aprecian el pago adecuado de los esfuerzos por producir de modo bueno, limpio y justo, respetan las estaciones, buscan al máximo posible el alimento local, lo promueven, enseñan sus características y los métodos productivos a sus hijos.
La demostración gastronómica que realizamos el 8 de julio de 2017, como colofón a otras actividades organizadas en esta tradicional fiesta, como pelota vasca, actuaciones musicales, etc. tuvo el esperado éxito que año tras año reúne en el llamado barrio de abajo a centenares de vecinos de esta localidad. Una entidad local que está dedicando notables esfuerzos en la educación alimentaria; recientemente han puesto en marcha, además de los huertos escolares en los que están trabajando, la adjudicación de aprovechamientos de terrenos ecológicos a jóvenes y parados en la su clara apuesta hacia la alimentación sostenible y protección de nuestros pequeños intelectuales de la Tierra, por lo que seguirán contando con nuestro apoyo siempre que lo estimen oportuno.