Durante el periodo Triásico (hace entre 251 y los 208 millones de años), en una época en la que todos los continentes estaban unidos formando el continente llamado Pangea, Salinas de Añana se encontraba sumergida bajo un gran océano. La evaporación de sus aguas provocó la deposición de grandes capas de evaporitas en su fondo que, con el tiempo, fueron cubiertas por otros estratos.
La existencia de sal en Añana se explica por el fenómeno geológico denominado diapiro. En líneas generales, consiste en la ascensión hacia la superficie terrestre de materiales más antiguos debido a su menor densidad, del mismo modo que una burbuja de aire inmersa en un líquido tiene un movimiento ascendente. Este particular proceso comenzó en el caso que nos ocupa hace unos 220 millones, cuando las rocas evaporíticas del Triásico en facies Keuper -situadas a unos 5 kilómetros de profundidad- comenzaron a ascender a la superficie, arrastrado consigo los materiales que caracterizan el paisaje salinero: carniolas, ofitas, calizas. margas, arcillas, etc. Este proceso se encuentra aún activo.
El agua de lluvia caída sobre el diapiro atraviesa, en primer lugar, los estratos superiores de roca y después, las capas de sal, aflorando de nuevo a la superficie en forma de surgencias hipersalinas. El conjunto de los manantiales existentes en Añana aportan un caudal medio de 3 litros por segundo, con una salinidad media superior a 250 gramos por litro.
A lo largo de los siglos este preciado valle se lo han disputado reyes y señores y al amparo de esta inestabilidad se desarrollaron importantes poderes feudales, tanto dentro de la comunidad como en el territorio.
Todo ello, entre otros factores, llevó a que la gran comunidad que explotaba las salinas se dividiera en una red de seis aldeas de funcionamiento completamente autónomo que compartían el Valle Salado con los monasterios más importantes de la época.
Los textos conservados de los siglos X y XI nos muestran que en el valle se crearon al menos seis: Fontes, Terrazos, Villacones, Villanueva, Olisares y Orbón. Con la unión de los habitantes del Valle Salado en los distintos núcleos de población para afrontar la creciente presión de los poderes feudales y las crisis sistémicas, sus vecinos lograron mantener la propiedad de las eras y de la salmuera de los manantiales, mejorar el sistema de explotación y, con ello, la productividad y la comercialización de la sal.
En varios pasos del ciclo productivo era provechoso el trabajo comunitario, como puede ser en la construcción de terrazas y canales, en su mantenimiento y, sobre todo, en el entroje, que consistía en el duro trabajo de transportar manualmente la sal desde los almacenes del interior de la salinas hasta los situados en el exterior, junto a sus casas.
Momento que celebramos el pasado sábado, 10 de septiembre de 2016, organizado por la Sociedad de Salineros Gatzagak con su presidente Valentín Angulo a la cabeza. El mismo, con las gradas repletas de público, después de agradecer la asistencia a cuantos nos dimos cita hizo un breve repaso de lo que significaba el entroje y de la escenificación que momentos después pudimos ver todos los presentes.
La cosecha de este año ha sido fructífera porque se han recogido 125 toneladas de sal mineral, 20 de flor de sal, que ha supuesto duplicar la producción del año pasado, lo mismo que la de chuzos. Toda la oferta se ha quedado pequeña para atender la enorme demanda del producto gracias a las 37.341 visitas que se han producido durante el verano, «un millar más que el año pasado», según Andoni Erquiaga, director de la Fundación Vale Salado. «Han aumentado más los turistas de origen francés debido quizá a la emisión de un programa en la televisión francesa y a la presencia del Valle Salado en una guía turística de Euskadi y Aquitania», añadió, satisfecho. También datos interesantes como que desde el siglo XII, el Concejo de la Villa y los Caballeros Herederos de las Reales Salinas de Añana, dirimían conjuntamente en litigios y pleitos, y ya a partir del siglo XVI, será la Comunidad ella sola, quien intervenga en todos los asuntos de las salinas, eligiendo y nombrando a los que en base a su honradez e imparcialidad eran considerados los hombres buenos.
Estos hombres buenos, decidían y regulaban sobre temas como la distribución de las aguas, el adecentamiento de las zonas comunes, y en su caso representaban a la Comunidad cuando fuese.
El diputado general de Álava, Ramiro González, y la diputada foral de Cultura, Igone Martínez de Luna, también participaron en el acto, en el que una treintena de personas, vestidas de azul, se agrupó en la plaza acudiendo a la llamada. Antes de iniciar la jornada se les decía «dónde había que trabajar y para quien habían que sacar la sal», explicó Valentín Angulo, presidente de Gatzagak.
Un trago de albillo, un vino dulce elaborado con las uvas residuales y maduras de txakoli con unas galletas puso en marcha a las dos tandas. Una trabajó en las salinas más alejadas del almacén. La otra más cerca. En el Valle Salado eligieron a los medidores. «Hombre buenos que controlaban que la sal no estuviera muy apelmazada ni hueca».
La jornada incluyó un emocionado homenaje de los salineros a Juan Ignacio Lasagabaster Gómez, arquitecto que ha promovido la restauración de las estructuras de las salinas. Fue nombrado caballero de la Comunidad de Herederos, «porque sin ti, no hubiéramos podido ver este momento». Los salineros le entregaron la capa de caballero, la makila de mando, la txapela de honor y el sello validador que reconoce los fueros de la localidad.
Hubo además exhibición de danzas y típicas y cantos tradicionales de Salinas. «La vida del salinero es muy triste de contar: todo el día trabajando y no ganamos un real», rezaba una jota. Después, cobro de jornal y concurso de tomates.
Antes de cerrar el acto se cantaron una serie de canciones salineras amenizadas por la Banda Salinas antes de continuar con las diversas actividades que completaron la jornada.