En primera instancia, regreso a la tierra puede significar en concreto volver a cultivar, a practicar la agricultura. Los campos de todo el mundo se han despoblado o se despueblan. Cada vez es más frecuente que los jóvenes no sientan la necesidad de continuar la labor de sus padres y, donde las familias no cultivan ya la tierra desde hace
generaciones, el oficio de agricultor es muy raramente contemplado como opción de vida en el futuro de un muchacho o de una muchacha.
En los países industrializados, que han vivido este proceso en primer lugar, los campos se han vaciado de personas y se han llenado de máquinas. Otro tanto, de forma más o menos veloz, está sucediendo en los países en vías de industrialización. Según los datos de las Naciones Unidas, más de la mitad de la población mundial vive en áreas urbanas desde 2009. Hace cinco años se produjo el histórico adelantamiento (3420 millones de personas contra 3410 en áreas rurales), y las previsiones, basadas en cálculos estadísticos, confirman esta tendencia. ¿Quién cultivará nuestros alimentos?
Necesitamos personas en los campos, y por tanto es necesario favorecer un regreso de los jóvenes a la agricultura. Se necesita disponibilidad de la tierra, instrumentos, infraestructuras, simplificaciones burocráticas, financiaciones, una justa educación y la garantía de transmisión de los saberes tradicionales.
Pero en primer lugar, es necesario restituir el orgullo y la dignidad a la labor agrícola, una de las más útiles, delicadas, importantes y –no está de más añadirlo- de las más bellas que existen. Producir alimentos para uno mismo y para el prójimo es el modo más puro y completo de reponer el alimento en el centro de la propia vida, insertándose armónicamente en los sistemas naturales, interaccionando con ellos con respeto por preservarlos y hacerlos evolucionar, obteniendo el necesario sustento y una gratificación que pocos trabajos en el mundo pueden igualar.
Practicando esta filosofía tuvimos el pasado sábado en ya tradicional Mercado de la Almendra a Aitor y María dos jóvenes horticultores inmersos en el Proyecto Biohazi.
BIOHAZI es un proyecto de emprendimiento agroecológico del Ayuntamiento de Elburgo. Se trata de dos parcelas municipales situadas en el pueblo de Añua, que fueron zona verde y actualmente hacen huerta de la forma más natural.
En este proyecto participa la RED TERRAE, red de municipios que promueven la agroecología y que dispone de un banco de tierras estatal de oferta y demanda.
Una experiencia para aprender a observar y cultivar, emprenderse en la comercialización, fomentar el consumo de alimentos saludables, locales y de temporada. Tomar conciencia de la importancia del suelo, no utilizar químicos, minimizar los impactos en el medio y respetar la naturaleza.
Estos jóvenes están abiertos a que la gente les conozca y visite; con sus productos recién cosechados las cocineras y cocineros de Slow Food prepararon un salmorejo alavés con base de calabaza que hizo las delicias de cuantos pasaron por el stand.