Por Carlo Petrini
En el mundo de la alimentación ocurren cosas surrealistas. Por ejemplo, el hecho de que los Países Bajos se hayan convertido en los mayores exportadores mundiales de naranjas tan sólo porque han desarrollado la logística de su distribución. Espulgando entre los datos que nos facilita el departamento de agricultura de EE.UU., se descubre que en 2004 Estados Unidos exportó 20 millones de dólares de lechugas a México, y el mismo año importaron 20 millones de dólares de lechugas de México. Según el sitio internet de la BBC, algunos pescados ingleses se envían a China para ser allí preparados y confeccionados, y regresar finalmente a la patria para ser vendidos en los supermercados.
El sistema global de la alimentación parece haber perdido el buen sentido por completo. Muchos de los viajes que realizan nuestros alimentos son inútiles, generan emisiones contaminantes y dispendio energético, obstruyen las redes de transporte, inciden negativamente sobre las rentas de los campesinos y anulan la calidad alimentaria. No digo que de ahora en adelante el viaje de los alimentos haya de ser considerado políticamente incorrecto, pero habría que pensar en imponer ciertos límites. Es necesario hacer una seria reflexión sobre las food miles. Y será necesario comprometerse al máximo para una reubicación de los alimentos, para conseguir que aquellos productos que pueden ser consumidos localmente no deban emprender viajes absurdos. He aquí un modo espléndido de realizar economía local, una forma bastante sencilla de promover la buena comida desde el punto de vista organoléptico, limpia para el ambiente y justa socialmente. Por tanto, ¡vivan los mercados campesinos y todas las iniciativas destinadas a reducir la cadena alimentaria!
No tiene sentido que en la planicie de Albenga, zona de la Liguria italiana renombrada por sus alcachofas, suceda lo que me contaba un productor: el domingo por la tarde un camión retiraba sus alcachofas para llevarlas a Milán, a más de 200 kilómetros de distancia, y el viernes después descubre que sus alcachofas se encuentran en un supermercado a 100 metros de su casa. Habría que proponer que las food miles comenzaran a ser destacadas en la etiqueta, porque no se trata sólo de una cuestión de origen de los productos, sino también de su recorrido. Los gobiernos, además, podrían comenzar a pensar en un sistema de tasaciones, incentivos y mecanismos reguladores.
Hablar de economía local no significa proponer un modelo autárquico o cerrado. En el tema de la alimentación significa intentar racionalizar de forma sostenible la producción y el consumo, en el respeto de las culturas locales, la biodiversidad y la salud pública. Y también del gusto, añadiría, visto que los alimentos de temporada, frescos, recién recolectados o preparados por manos sabias, son decididamente más gratificantes para el paladar y para nuestra felicidad.