Cada año se desperdician en todo el mundo cerca de 1300 millones de toneladas de alimentos. En otras palabras, cerca de un tercio de todos los alimentos producidos no termina donde debería, es decir: en nuestros platos.
Según un estudio de la FAO, el desperdicio alimentario en Europa y en América septentrional alcanza los 280-300 Kg. per cápita al año: una desagradable cadena de desperdicios que comienza en los campos y las ganaderías, continúa a lo largo de la fase de trasformación y comercio y termina en nuestras cocinas. De 95 a 115 Kg. de alimentos per cápita acaban cada año en los cubos de la basura de nuestras casas, incluidos entre ellos muchos alimentos perfectamente comestibles y que podrían ser consumidos.
Este enorme despilfarro se produce mientras que mil millones de personas sufren y mueren de hambre en el mundo.
Slow Food reconoce el rol central de la alimentación para nuestra supervivencia, en sus términos más sencillos y en muchos otros ámbitos de la vida personal y pública. La comida juega un papel de relieve en términos económicos, ecológicos, sociales y políticos. Detenta un inmenso valor y es esencial para la salud, el bienestar y la prosperidad de los seres humanos. Por ello, Slow Food considera el desperdicio alimentario inaceptable y la lucha por combatirlo es un aspecto fundamental de nuestra labor.
El desperdicio alimentario se produce en todo el mundo por razones diferentes, y a veces contradictorias.
En el hemisferio norte se produce y se compra demasiada comida, a menudo desechada antes de su deterioro. Son más cada vez los consumidores que gozan de una constante y creciente prosperidad. Han olvidado las lecciones de los ancianos que han vivido el hambre, y han desarrollado una actitud condescendiente y tolerante del despilfarro, fruto a su vez, de la pérdida de cultura y habilidad en la cocina. Se compra solo los cortes finos de la carne y pocas especies de pescado, los más fáciles de preparar; se considera la uniformidad como un valor y, por tanto, se desechan frutas y verduras “fuera de las medidas”. Esto provoca que una vergonzosa cantidad de alimentos termine en incineradores que, por otra parte, requieren un consumo adicional de energía para eliminarla.
En el hemisferio sur, sin embargo, la comida se desperdicia por falta de infraestructuras, medios para la conservación y transportes adecuados. Pero se desperdicia igualmente cuando se pone en competencia a la producción de biocarburantes, de biogás y de grandes cantidades de piensos para animales, con los alimentos para los seres humanos: competencia que en algunas zonas del planeta está fuertemente sesgada hacia los intereses de los especuladores y del agribusiness.
En este sentido los consumidores juegan un rol fundamental. Las principales causas de desperdicio alimentario doméstico se pueden identificar de la forma siguiente:
► Escaso valor asociado a la comida por parte de los consumidores, que a su vez genera desinterés para usarla de forma eficiente
► Preferencia por algunas partes de los alimentos, que lleva a desechar otras
► falta de planificación en las compras
► Escaso conocimiento de los productos
► Conservación y envoltorios inadecuados
► Confusión sobre las indicaciones de la etiqueta “consumirlo preferentemente antes” y “consumirlo antes de”
Así Slow Food elabora una nueva definición de desperdicio alimentario (en su versión más extendida) y es el resultado de la falta de valor atribuida a la producción de alimentos y a los alimentos mismos durante las diferentes etapas de la cadena agroalimentaria.
Con la intención de poner en valor estos productos y también la labor de nuestras productoras y productores responsables, Slow Food Araba está todos los meses presentes en el rincón gastronómico del Mercado de la Almendra que Gasteiz On organiza el primer sábado de cada mes. En esta ocasión, el 1 de agosto de 2015, el anfitrión fue el txakoli de Álava que acompañamos con un albóndiga de carne terreña al txakolí, elaborada con aceite de Rioja Alavesa, verduras ecológicas de Vitoria-Gasteiz y sal de Salinas de Añana.
Intentamos ayudar a los productores para que se vean gratificados, remunerados por una compensación justa, y para que sus condiciones de vida sean dignas. Actuamos, también, para que los coproductores puedan comprar a precios justos tanto para ellos como para los productores. La mejor forma de fomentar los pequeños grandes cambios que auspiciamos es partir de nuestras vidas, de nuestros comportamientos, de la relación que tenemos con el territorio y las personas que lo habitan.