Por Carlo Petrini
En mi tierra usamos una metáfora para explicar por qué las gallinas cuando ponen un huevo son más populares que las hembras de pavo. De hecho también las pavas ponen huevos, pero nadie parece reparar en ello. La diferencia es que las gallinas al poner un huevo “cacarean”, y esto al final es una forma de mercadeo. Las gallinas se hacen notar, las pavas no.
Nuestras terruños, los territorios de las comunidades del alimento, están repletos de productos óptimos e importantes, de lindas cosas que promover, de tradiciones fascinantes: y nosotros lo sabemos.
Con frecuencia, sin embargo, esas cosas no se conocen más allá de nuestra red y resulta arduo hacerse notar. Muchas comunidades lamentan la dificultad de hallar canales de venta justos para sus productos aun en los mismos mercados locales: también en ellos la calidad de los alimentos de la propia tierra ha pasado de tal forma a un segundo plano respecto de los productos estandarizados, que termina directamente en el olvido.
De forma que se nos hace necesario “cacarear” incluso en nuestro propio ámbito territorial, exponer de nuevo, aclarar las tradiciones locales en primer lugar a quien ya no es plenamente consciente de su propia identidad: una primera parte fundamental de la labor que permitirá a los productos abrirse camino, ser conocidos y deseados también fuera de la comunidad.
Esto forma parte de la estrategia de economía local y nada tiene que ver con chauvinismo o ansia de demostrar que nuestro producto es mejor que los otros.
Se trata de contar una historia, de vender igualmente los aspectos inmateriales: las vicisitudes humanas y características del lugar, la vida que hay detrás de un alimento. Se trata de exaltar la diversidad, la singularidad.
En una red de comunidades locales, en un mundo donde es necesario que predominen las economías locales a despecho de los sistemas de grandes dimensiones, son las singularidades las que adquieren el poder y la capacidad de sorprender, de fascinar. Apostar por uno mismo y por la identidad local es el modo mejor de permitir a nuestros productos progresar en términos de presencia y aceptación: porque la comida no es sólo carburante para el cuerpo; ni tan siquiera es suficiente por si mismo ese placer que nos proporciona debido a sus características organolépticas superiores: su valor ha de ser transmitido, divulgado siempre con gran respeto por las diferencias culturales.
Si la comunidad –no solo la del alimento, sino toda la comunidad local- es consciente, se siente orgullosa como tal, y obra de forma que sus tradiciones permanezcan vivas y sus productos sean consumidos como parte integrante y esencial de si misma, no existirá la necesidad de seguir las reglas clásicas de comercialización.
Será suficiente con “cacarear”, la más auténtica forma de mostrarse, de vivir las circunstancias tal y como las vive la propia naturaleza.